Los límites de la reinvención urbana

¿Quién dijo que vivir juntos fuera fácil?

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En marzo de 2020 fuimos a la vez testigos y protagonistas de una pandemia a escala mundial que obligó a gobiernos y a ciudadanía a modificar drásticamente la dinámica de nuestra propia existencia. El confinamiento, con distintos niveles de intensidad, fue la tónica durante unos cuantos meses, convirtiendo nuestras ciudades y lo urbano en escenografías fantasmagóricas en las que reinó el silencio frente al ruido, la calma frente al bullicio, y la soledad frente a las aglomeraciones a las cuales estábamos tan habituados. Mientras todo esto sucedía, empezamos a pensar, a reflexionar y a especular sobre qué cambios traería consigo esta extraña situación cuando se recuperara la normalidad tan anhelada.

Los primeros agoreros salieron proclamando a los cuatro vientos el fin de la ciudad por ser causa de todos nuestros males, y el resurgir del campo, como ese jardín del Edén que perdimos en el origen de los tiempos. El peligro de las predicciones prematuras es que pueden resultar cómicas con el paso del tiempo. Y aunque una parte del relato del retorno al campo y a sus valores pretendidamente «idílicos» sigue entre nosotros, sería bueno reconocer la tozudez que se ha acabado imponiendo: las ciudades no sólo han visto pandemias a lo largo de su historia y las han sobrevivido, sino que incluso las guerras más feroces que las han reducido a cenizas, no han evitado su resurgir de las mismas.

Espacios urbanos que requieren nuevos modelos.
Tejido urbano compacto. Foto Pete Linforth/Pixabay

La ciudad es posiblemente una de las mayores invenciones del ser humano; sin ella, la mayoría de los inventos y progresos de la humanidad en todos los campos no hubieran sido posibles. Cuando nos concentramos en un espacio físico finito e interactuamos entre nosotros somos capaces de alcanzar metas inimaginables, por supuesto, tanto para la bueno como para lo malo. Aquí es donde radica mi particular optimismo y mi verdadera pasión por el fenómeno del espacio urbano.

Sería falso negar un antes y un después de la pandemia en nuestra percepción, en nuestras expectativas o en nuestra propia manera de vivir en las ciudades. Hemos comprobado nuestra fragilidad y hemos tomado conciencia de qué manera las condiciones de nuestro entorno son determinantes en nuestra propia supervivencia. No somos los reyes del planeta, como los leones tampoco lo son de la selva. Somos uno de los habitantes del planeta, muchos en realidad, y si seguimos operando como hasta ahora, lo haremos invivible para nosotros. La pandemia ha sido un aviso para navegantes… y no ha llegado sola. Todavía no recuperados, en el último año, hemos visto aumentar los efectos del cambio climático: bosques arder, ríos desbordar, volcanes erupcionar, mares invadir, pantanos secar, el frío y el calor aumentar, etc.

Un espacio urbano arrasado por un huracán.
El impacto tras un huracán. Foto UN Photo/UNICEF/Marco Dormino

Necesitamos reimaginar la ciudad con menor consumo, de todo, de materia, de energía y de tiempo. Necesitamos hacer no sólo más con menos, sino mejor. Una lección, la primera, que desde la arquitectura se ha proclamado muchas veces, pero se ha practicado menos. La ciencia y la tecnología son nuestros aliados y desde el diseño podemos aportar soluciones a los problemas que afrontamos: mejor calidad y habitabilidad en todos los espacios habitados, mayor control de las condiciones climáticas con menor consumo de energía, mayor confortabilidad con materiales ambientalmente responsables. En la escala pequeña, de intervenciones pequeñas, las buenas prácticas proliferan y la cultura del recuperar, reciclar, reusar y repensar se va consolidando, evitando caer en la falsa nostalgia. Sin embargo, en la gran escala urbana, la labor es todavía ingente.

Hemos tergiversado tanto los conceptos y las palabras que nos hacemos trampas al solitario sin darnos cuenta. La ciudad que deberíamos hacer no es la ciudad que estamos construyendo, ni tampoco la que responde al imaginario o a la aspiración colectiva. Tenemos idealizada una urbanidad que no es tal, verde, silenciosa, ausente de conflictos y de una supuesta «fealdad» que le hemos atribuido a lo urbano. La ciudad es todo lo contrario, es mezcla, es ruidosa, es conflictiva, es impredecible… es un espacio de complejidad y de contradicciones y, por ende, es EL espacio donde construimos nuestra socialización. ¿Quién dijo que vivir juntos fuera fácil?, pero es la mejor manera de conseguir ser sostenibles y sobrevivir como especie en el planeta. Por supuesto, hay que resolver las condiciones urbanas que tienen efectos nocivos para las personas y para el planeta – como puede ser el exceso de ruido, el exceso de consumo de suelo o la contaminación del aire (como lo son para el ser humano el fumar o el comer en exceso), pero debemos huir y combatir las propuestas antiurbanas.

Espacio público urbano. Foto (Joenomias) Menno de Jong/Pixabay

Hablamos de ecobarrios porque los rénders son verdes, pero no encontramos en ellos ni mixtura (funcional y/o social), ni intensidad urbana, ni complejidad suficientes para garantizar la sostenibilidad que predican. Los costes de su urbanización y de su mantenimiento los hacen una excepción reconocible, pero no la norma generalizable.

Tenemos ciudades compactas – la mejor versión de la «recién inventada» idea de la ciudad de los 15 minutos – que se caen, se vacían y se desprecian en favor de los suburbios homogenizados y dispersos que han destrozado el mosaico territorial.

La intensidad con la que diseñamos las nuevas piezas urbanas es insuficiente para garantizar una cobertura de transporte público suficiente y competitiva o para desarrollar actividad económica o comercial complementaria; de modo que el resultado conduce a mayor movilidad de las personas.

Tenemos que desprendernos de los coches contaminantes en nuestras ciudades; pero también debemos aceptar que jamás serán todos sustituidos por eléctricos; y por tanto tendremos que volver a acercarnos los unos a los otros.

Podemos reimaginar la materialidad de nuestros espacios públicos, pero no podrá ser siempre verde; y por tanto tendremos que hacer el marrón y el ocre sexis.

Tenemos que rehabilitar nuestros edificios y regenerar nuestros tejidos como único mecanismo de desarrollo urbano futuro; y será necesario ir adaptando con mayor celeridad nuestras normas y nuestros instrumentos urbanísticos.

Tenemos, en definitiva, que aceptar que las ciudades en las que habitamos ya están construidas y dejar de engañarnos «reimaginándolas» como si la hoja estuviera en blanco.

Imagen principal: Edificio de viviendas en altura. Foto Ludovic Charlet/Pixabay

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