La COVID y la transición energética

Razones para un cierto optimismo

Muchos de nosotros albergábamos la esperanza de que el profundo impacto de la pandemia en el mundo acelerara la acción contra el cambio climático. La COVID nos ha proporcionado lo que los ingleses denominan «una oportunidad para la enseñanza», un acontecimiento que puede utilizarse para comunicar una verdad más amplia. El virus apareció porque el abuso crónico infligido por la humanidad sobre la naturaleza ha permitido que un mayor número de enfermedades se transmitan de los animales a los humanos. En opinión de los activistas climáticos de todo el mundo, debería ser una obviedad que el uso de la atmósfera como vertedero de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero va camino de crear un desastre similar. El cambio climático es más peligroso que la COVID y más difícil de controlar. Es posible que, antes o después, aparezcan vacunas efectivas contra el virus, pero no existe medicamento alguno que pueda hacernos inmunes al ascenso de las temperaturas, a tormentas más extremas y al aumento del nivel del mar.

Sin embargo, creo que la respuesta a la pandemia nos acabará desilusionando. Pienso que poco a poco lograremos volver a las vidas que llevábamos antes de que estallara la tormenta. Volveremos a viajar, a trabajar en oficinas y a comprar demasiadas cosas innecesarias, como en el pasado. En el pico global de la pandemia, las emisiones de gases de efecto invernadero disminuyeron un 17% con respecto al periodo equivalente en 2019. Pero en China, el mayor contaminador de carbono del mundo, en mayo de 2020 las emisiones habían vuelto a los niveles anteriores a la COVID. Probablemente el resto del mundo siga el mismo camino rápidamente.

LAS EMISIONES DE GASES DE EFECTO INVERNADERO EN CHINA RETORNARON A LOS NIVELES ANTERIORES A LA COVID EN MAYO DE 2020, SHANGHÁI. ©HOLGER LINK/UNSPLASH

¿Es esta razón suficiente para ser pesimistas sobre los efectos climáticos de la pandemia a largo plazo? No necesariamente. El impacto de los gases de efecto invernadero se sentirá a través de las repercusiones indirectas sobre las economías mundiales, no a través de los cambios causados directamente por la propia enfermedad.

La primera consecuencia del virus es el impactante incremento del desempleo, en particular entre los jóvenes y los trabajadores menos cualificados. Los gobiernos han comenzado a reaccionar a esta cuestión, intensificando los programas de inversión para crear empleo. En muchos países, como Alemania, este capital nuevo se ha dirigido a los sectores más ecológicos de la economía. Por ejemplo, se han prometido 9.000 millones de euros para desarrollar hidrógeno obtenido a partir de electricidad renovable, el cual ayuda a almacenar la energía generada en días de viento. En Francia, el grupo activista WWF y la consultora Ernst & Young se han unido para argumentar que un reinicio verde de la economía podría resultar en un millón de nuevos empleos. La gran mayoría de estos se concentrarían en trabajos de reforma de edificios y en las energías renovables.

Tiene sentido que los gobiernos inviertan su dinero en estos sectores. Un informe reciente destacó el gran impacto que la inversión en la economía verde tendría sobre el mercado de trabajo. Se estima que cada millón de dólares de fondos públicos generaría casi ocho nuevos empleos en industrias ecológicas, como la reforma de viviendas, frente a los menos de tres empleos que se crearían en el resto de la economía.

LA INVERSIÓN EN LA ECONOMÍA ECOLÓGICA GENERA NUEVOS EMPLEOS. ©SCIENCE IN HD/UNSPLASH

La segunda consecuencia indirecta del virus será el deseo de desmantelar las complejas cadenas de suministro internacionales y devolver los negocios a los diferentes países.  La autosuficiencia local, tanto si se trata de alimentos, energía o medicamentos,  probablemente reducirá las emisiones. No solo se disminuirán los costos de carbono de transporte por mar y aire, sino que, lo que es más importante, el CO2 proveniente de la fabricación local sera monitoreado y controlado más cuidadosamente.

Otra consecuencia del virus será una mayor confianza en la viabilidad y conveniencia de una rápida transición energética. En los peores momentos de la pandemia, la demanda de energía eléctrica disminuyó más de un 25% en algunos países. Aquellos países en los que un porcentaje importante del suministro proviene de energías renovables intermitentes, principalmente la solar y la eólica, han estado comprensiblemente preocupados por la estabilidad de la red, ya que los combustibles fósiles habían sido expulsados del mercado de la electricidad. Pero el suministro de electricidad ha continuado siendo estable y resistente casi en todas partes. Esto ha incrementado nuestra confianza en que las energías renovables serán capaces de cubrir porcentajes cada vez mayores de las necesidades energéticas. Además, muchas grandes empresas, como Iberdrola en España, han tomado buena nota de la fortaleza de la red y han acelerado sus planes de inversión en las energías solar y eólica.

Al principio de este artículo sugerí que el virus tendrá un efecto directo mínimo sobre la transición energética. Creo que existe una excepción a esta conclusión. Una de las consecuencias de las restricciones sobre los desplazamientos fue una mejora sorprendente de la calidad del aire en las ciudades. Los alcaldes desean evitar volver a los niveles de polución existentes antes de la pandemia. En Gran Bretaña, también buscan fomentar el caminar y andar en bicicleta para reducir la obesidad, que ha tenido un profundo efecto sobre la severidad de las enfermedades padecidas por las víctimas de la COVID. En mi opinión, el único cambio de política significativo que surgirá de la pandemia será el crecimiento de las zonas libres de vehículos, reclamando nuestros centros urbanos para los peatones y ciclistas.

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CAMINAR Y ANDAR EN BICICLETA EN LAS CIUDADES COMPENSARÁN LA POLUCIÓN Y MEJORARÁN LA SALUD DE LAS PERSONAS, COPENHAGUE. © FEBIYAN/ UNSPLASH

Los humanos nos centramos en los acontecimientos muy visibles, como los aeropuertos totalmente vacíos tras la COVID, y asumimos erróneamente que son una muestra de tendencias más amplias. Las batallas individuales, incluso aquellas tan profundas como la lucha contra la pandemia, no pueden ser comparables a la larga guerra contra el colapso climático. Dentro de un año creo que será difícil cuantificar el impacto directo de la COVID sobre las emisiones. Aun así, gradualmente iremos aplanando la curva de crecimiento de los gases de efecto invernadero a medida que las energías renovables se vuelvan cada vez más baratas y las empresas de todo el mundo comiencen  finalmente a asumir la plena responsabilidad  de su impacto  en la atmósfera.

IMAGEN PRINCIPAL: Las emisiones de gases de efecto invernadero se redujeron en gran medida durante el pico de la pandemia global, Shibuya, Tokio. ©Yasuhiro Tokota/Unsplash