¿Cuál es el futuro del ecoturismo?

Tras el descrédito de los planes de compensación de CO2, ¿cómo podemos transformar nuestras largas vacaciones en plena naturaleza en una actividad más responsable y sostenible?

Lo único que debes llevarte de un lugar son las fotografías y lo único que debes dejar atrás son las huellas de tus pisadas. Inocente y bienintencionado, este fue uno los mantras originales del ecoturismo. Desde la década de los 70, en la que se originó este movimiento, los turistas amantes de la naturaleza han ido perfeccionando el arte de la exploración de bajo impacto. Con su cámara, prismáticos y botella de agua, se han lanzado a recorrer paisajes remotos, en busca de una flora y fauna exótica y fascinante y atesorando cada instante.

Pero en la era del sobreturismo impulsado por Instagram y la percepción de la huella de carbono, el antiguo mantra de fotografías y huellas ha quedado algo vacío. Ya era posible intuir un cambio incluso antes de la aparición de Extinction Rebellion, con su logotipo en forma de reloj de arena, o las palabras llenas de sabiduría de Greta Thunberg. Ahora que el término «emergencia climática» ha sustituido progresivamente a «cambio climático» en nuestras conversaciones, muchos ecoturistas están preparados para algo nuevo y radical.

Limitar el impacto negativo de nuestras vacaciones ya no es suficiente. Cada vez estamos más dispuestos a inclinar la balanza, para así lograr que nuestro impacto neto sea positivo. Si nuestra ruta incluye vuelos de larga distancia, nos enfrentamos a un importante reto. Después de todo, ¿no es cierto que cualquier atisbo de ecologismo desaparece en el momento en que nos subimos a un avión?

Intimidados por este interrogante, algunos viajeros comprometidos optan por destinos vacacionales cercanos a sus hogares, evitando así posibles vuelos. Se inclinan por los documentales sobre naturaleza e incluso la realidad virtual o aumentada, un sector en continua evolución, con Google a la cabeza, para superar su adicción a los destinos lejanos. La colaboración entre los gigantes tecnológicos y las organizaciones para preservar el medio ambiente como el Jane Goodall Institute están abriendo las puertas de los lugares más salvajes del planeta a todos, incluso a aquellos que ya no tienen intención de volar.

¿Está el ecoturismo de larga distancia preparado para adaptarse a esta nueva situación? ¿O desaparecerá por completo? ¿Y qué tipo de decisiones deberán tomar los amantes de la naturaleza en 10 o 20 años?

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ELEFANTES CERCA DEL OBSERVATORIO PARA TURISTAS, WILDERNESS SAFARIS. IMAGEN © DANA ALLEN

Encontrando el equilibrio

El turismo de naturaleza ha sido siempre un ejercicio de equilibrismo. Nada más aventurarnos en la frágil naturaleza salvaje, tanto si se trata del milagro ecológico de las islas Galápagos, o las reservas de tigres de la India, o las montañas vírgenes de la Patagonia, ya estamos causando algún tipo de daño. Pisoteamos plantas delicadas, aplastamos colonias de insectos bajo nuestras ruedas, eliminamos la vegetación autóctona para situar nuestros campamentos y cabañas. Extraemos agua, quemamos combustible y hacemos ruido. A veces, incluso invadimos el hábitat de animales en peligro de extinción.

Por muy catastrófico que todo esto pueda llegar a sonar, hasta hace muy poco nos resultaba muy fácil justificar este tipo de turismo. Existía la evidencia de que los beneficios que reportaba eran superiores al daño que pudiera causar. El ecoturismo diseñado y gestionado de forma responsable proporciona a las comunidades un incentivo poderoso para conservar su entorno y su fauna. Para la población rural de los países en vías de desarrollo, puede llegar a ser un balón de oxígeno, creando empleos que contribuyen a compartir la riqueza mundial. Asimismo, el ecoturismo ayuda a propagar el conocimiento, construyendo importantes relaciones interculturales, y recaba fondos destinados a proyectos de conservación. Incluso los mejores alojamientos son pioneros en términos de arquitectura, infraestructuras y prácticas ecológicas.

En lo que a esto respecta, podemos estar tranquilos. ¿Pero qué hacemos con los vuelos antes mencionados? ¿Es el ecoturismo de larga distancia culpable del peor tipo de «greenwashing», al condonar el hecho de volar a algún lugar por diversión, por muy buenas intenciones que tenga?

En mi opinión, esto sería injusto. De acuerdo con la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) el transporte aéreo es uno de los mayores contribuidores a las emisiones de gases de tipo invernadero, lo que significa que es crucial que abandonemos nuestros hábitos de viajeros frecuentes. Pero la ciencia climática tampoco sugiere que debamos parar de golpe: hay otras opciones que pueden ser contempladas.

En vez de lavarse las manos e ignorar el problema planteado por el transporte aéreo, los ecoturistas pueden e incluso deben ser parte de la solución. El World Travel and Tourism Council (WTTC) ha informado recientemente de que el sector del turismo contribuyó con 8,8 billones de dólares y 319 millones de empleos a la economía mundial en 2018. Al ser parte de esta historia de éxito, los ecoturistas pueden ejercer presión sobre los gobiernos para desincentivar los vuelos de bajo coste y los programas de expansión de aeropuertos mal concebidos, promoviendo la inversión en energía renovable, incluyendo el biocombustible.

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EVIATION AIRCRAFT LTD, SALÓN INTERNACIONAL DE LA AERONÁUTICA Y EL ESPACIO DE PARÍS-LE BOURGET. IMAGEN © ALICE FULL SHOT

Mirando hacia el futuro, los ecoturistas están perfectamente posicionados para incentivar el sector de la aviación eléctrica. En el Salón Internacional de la Aeronáutica y el Espacio de París-Le Bourget de 2019, una compañía israelí de aviación, Eviation, presentó un prototipo del primer avión comercial 100% eléctrico. La estilizada aeronave podría abanderar una nueva era de viajes en avión a precios razonables y con bajas emisiones: el sueño del viajero responsable. Airbus tiene planes para desarrollar un avión eléctrico-híbrido con capacidad para 165 pasajeros en 2035.

La supervivencia de las especies con más atractivo

Algunos opinan que el ecoturismo solo puede estar justificado si genera fondos suficientes para la conservación y el desarrollo.

¿Pero debería ser una parcela reservada únicamente a aquellos con los suficientes medios para realizar importantes desembolsos? ¿Puede considerarse justo que las especies y los destinos más fotogénicos reciban el mayor porcentaje de los beneficios?

En muchos casos, estos animales han sido habituados de manera deliberada a la presencia de turistas, un proceso largo, costoso y controvertido. Los operadores más exclusivos de safaris en Sudáfrica destinan grandes sumas de dinero a rastrear, monitorizar y acercarse a los grandes felinos para que sus huéspedes puedan realizar impresionantes primeros planos.

En el Parque Nacional de los Volcanes de Ruanda, uno de los principales destinos de ecoturismo, cada grupo de gorilas recibe visitas diarias de turistas, guardaparques, veterinarios e investigadores. Esto ha contribuido al incremento del número de estos primates, pero no sin coste: para reducir el riesgo de transmisión de enfermedades entre los gorilas y los humanos y para proteger a los gorilas de las dolencias relacionadas con el estrés, el número de visitas permitidas al día está limitado, con un precio de 1.500 dólares por persona, lo cual sitúa a esta experiencia al alcance de unos pocos afortunados.

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EXCURSIÓN JACANA MEKORO, BOTSWANA, WILDERNESS SAFARIS. IMAGEN © DANA ALLEN

Los pioneros del ecoturismo como Wilderness Safaris en el sur de África y la agencia de viajes activista con sede en el Reino Unido Responsible Travel tienen planes que ayudan a restablecer el equilibrio. Un porcentaje de sus beneficios se destina a proporcionar viajes de naturaleza a jóvenes que viven cerca de los destinos de naturaleza más salvajes, pero rara vez tienen la oportunidad de explorarlos.

Estos jóvenes lugareños son los auténticos ecoturistas del mañana. Con suerte, algunos incluso llegarán a ser conservacionistas.

IMAGEN PRINCIPAL: Excursión Jacana mekoro, Botswana, Wilderness Safaris. Imagen © Dana Allen