El Gran Espacio Público

Análisis del nuevo libro de Paul Goldberger Ballpark: Baseball in the American City

Los estadios que albergan competiciones deportivas son los espacios públicos más importantes de la cultura contemporánea. Si a esto le añadimos las imágenes de estos espacios retransmitidas a los hogares y locales públicos, son sin duda alguna los más conocidos del mundo. Su trayectoria en los Estados Unidos puede considerarse única y singular, evolucionando desde instalaciones de titularidad y financiación privadas a espacios resultantes de inversiones privadas y ayudas gubernamentales. El béisbol fue el primer deporte nacional popular en los EE.UU., cuyos orígenes datan de mediados del siglo XIX, y por lo tanto se encuentra intrínsecamente unido al desarrollo de las ciudades norteamericanas. Su diseño «surgió en los barrios, tomando su excéntrica configuración de las mismas calles», y permaneció estrechamente vinculado a su entorno hasta después de la Segunda Guerra Mundial, periodo en el que las clases medias comenzaron a trasladarse del centro de las ciudades a barrios periféricos, y los estadios de béisbol se trasladaron con la población.

Un nuevo libro, Ballpark: Baseball in the American City (Campos de Béisbol: El Béisbol en las Ciudades Americanas), del historiador de la arquitectura Paul Goldberger realiza un recorrido por la historia de los espacios y lugares en los que se practica el béisbol.  Para empezar, el béisbol es completamente diferente a cualquier otro deporte con un terreno de juego perfectamente definido. Cada cancha de béisbol es distinta de las demás y, de hecho, se enorgullece de su particular configuración. Este diseño idiosincrásico se dio porque las instalaciones deportivas e incluso las propias reglas de juego se originaron en la especial ordenación de las zonas urbanas, de las calles circundantes, de las manzanas en forma de cuadrícula e incluso de los primeros medios de transporte de masas. El interior de un estadio norteamericano de béisbol ha sido descrito como un «un simulacro de ciudad» que «contiene un jardín en su parte central que evoca la tensión entre lo rural y lo urbano en el urbanismo norteamericano».  De acuerdo con el autor, su condición urbana representa «dos caras del carácter norteamericano: el impulso de (Thomas) Jefferson hacia los espacios abiertos y la expansión rural y la fe de Hamilton en las ciudades y en la infraestructura industrial». Asimismo, la cancha de béisbol «no sería más que un prado rural sin la estructura que la rodea, desprovisto no solo de los propios espectadores, sino también de la energía transformadora que aportan».

Pero más que describir el terreno de juego a un público internacional, que en la mayoría de los casos entiende poco del juego, es mucho más importante detallar aquí cómo evolucionó el estadio de béisbol fuera de la ciudad, influenciando, a su vez, el desarrollo y crecimiento de las ciudades, en especial en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Según Goldberger, la primera generación de estadios de la posguerra estaba situada «en medio de un mar de aparcamientos, con la vocación de minimizar cualquier conexión con la ciudad histórica norteamericana, siendo suburbanos desde el punto de vista conceptual, aunque no geográfico». Eran utilizados asimismo para los partidos de fútbol americano y «tenían el aspecto de búnkeres de hormigón, a menudo circulares, sin la influencia del diseño en damero de las calles, más bien inspirados en los coliseos de la Antigüedad, un anfiteatro construido para los gladiadores (en referencia al fútbol americano) y revelan lo mucho que había evolucionado la población norteamericana de la posguerra desde los tiempos en los que los barrios urbanos eran el terreno de juego ideal». Aun así, es necesario señalar que gran parte de estas instalaciones se construyó en la periferia para atraer a las clases medias suburbanas que, a partir de los años 50 y hasta la década de los 90, habían dejado atrás los centros de las ciudades para trasladarse a los barrios residenciales arbolados. Estas instalaciones se construyeron en su mayoría gracias a ingentes ayudas gubernamentales o municipales, lo que derivó en una escalada competitiva entre las ciudades por conseguir estadios que les otorgaran el estatus e importancia de las grandes metrópolis. Numerosos equipos de béisbol se trasladaron, algunos en más de una ocasión, a aquellas ciudades que les ofrecían las mejores ayudas financieras. Incluso llegaron a enfrentar a diferentes ciudades para lograr los mayores fondos posibles.

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EL ASTRODOME EN HOUSTON, CON SISTEMA DE AIRE ACONDICIONADO. IMAGEN: LIBRARY OF CONGRESS

El ejemplo arquitectónico más destacado de este periodo es probablemente el Houston Astrodome con su gigantesca cubierta abovedada —con una altura de 63 metros y un diámetro de 216 metros— y su campo climatizado, construido cerca de múltiples autopistas para atraer a las clases medias acomodadas de los barrios periféricos. La arquitectura de este edificio es a la vez «colosal y banal», que destaca por su tamaño, con palcos para los clientes de alto poder adquisitivo.  Teniendo en cuenta que el césped no crece en interiores, la tecnología norteamericana solucionó este contratiempo con el césped artificial “AstroTurf”, inventado para sustituir al césped natural. Pero tal como señala Goldberger, nada de esto es nuevo y los estadios de béisbol de principios del siglo XIX eran fiel reflejo de las ciudades en las que estaban situados, organizadas en clases, con «elegantes clases medias instaladas bajo estructuras de madera y los pobres y las clases trabajadoras de pie o sentados en largos bancos bajo el sol».

El Astrodome es el ejemplo perfecto del tipo de estadio construido en los EE.UU. en ese periodo y los «estadios de béisbol rara vez han estado a la vanguardia de la arquitectura». Según Goldberger, esto fue una realidad hasta 1992, año en el que la ciudad de Baltimore tomó una decisión audaz y construyó Camden Yards, las nuevas instalaciones situadas en pleno centro comercial y financiero de la ciudad. En esta época los norteamericanos volvieron a enamorarse de sus centros históricos, dando pie a una ola de aburguesamiento que aún no ha remitido. Lo que destaca de Camden Yards es su calidad arquitectónica, la cual replica los materiales históricos y el urbanismo del centro de las ciudades, que en el caso de Baltimore se traduce en fachadas de ladrillo rojo y la tipología de fábricas industriales. Camden Yards marcó un periodo en la construcción de nuevos estadios de béisbol en el que los propietarios de los equipos reurbanizaban los terrenos circundantes al estadio, creando lugares históricos.

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CAMDEN YARDS EN BALTIMORE, EL PRIMERO DE UNA GENERACIÓN DE ESTADIOS QUE HA RETORNADO AL CENTRO DE LAS CIUDADES. SU ARQUITECTURA HISTÓRICA POSMODERNA GOZA DEL FAVOR DEL AUTOR PAUL GOLDBERGER. TAMBIÉN SE APRECIA UN ANTIGUO ALMACÉN DE LADRILLO RECONVERTIDO EN OFICINAS. IMAGEN: BOB BUSSER

Goldberger, uno de los primeros defensores del posmodernismo norteamericano durante su etapa como crítico del New York Times en la década de los 80, continúa siendo un claro partidario de la continuidad histórica abanderada por este movimiento. Pero no comete el error —muy común en el periodismo norteamericano— de convertir los estadios de béisbol en una metáfora de las ciudades norteamericanas. En su lugar se centra en su influencia en la evolución y crecimiento del urbanismo en los EE.UU. Se refiere sagazmente a la disneyficación de las promociones inmobiliarias creadas a partir de estos nuevos proyectos de estadios. Son un fiel reflejo de la opinión que los norteamericanos tienen de sus centros históricos, y por lo tanto una cultura educada en Disneylandia se decantará por la simulación de una ciudad antes que por una urbe verdaderamente orgánica, democrática y justa.

IMAGEN PRINCIPAL: Yankee Stadium. Imagen: National Baseball Hall of Fame and Museum, Cooperstown, NY