El valor de la nada

Por qué el lujo está más relacionado hoy en día con los privilegios que con la opulencia

A primera vista, podríamos pensar que lujo y coste son sinónimos. Todo aquello que es caro se considera lujoso. La pregunta que surge a continuación es: ¿cuál es el motivo de que un producto tenga un precio tan alto? La respuesta obvia sería que el coste es aquello que el vendedor es capaz de obtener por sus bienes. Hoy en día, esto se traduce en que el valor efímero de una imagen de marca o la escasez de un producto es el mejor indicador de lo que se considera lujoso. Cualquier producto con una etiqueta Louis Vuitton o Fendi es por definición lujoso, al igual que una botella de un oscuro bourbon llamado Pappy van Winkle. Algunas marcas intentan combinar ambas cualidades; en el caso de Vuitton, se destruye todo aquello que no ha sido vendido en vez de rebajarlo. Esto ha permitido a marcas más jóvenes acceder al mercado del lujo creando ediciones limitadas y acotadas en el tiempo cuyos precios se disparan tan pronto como se agotan las existencias.

Esfuerzo, escasez y espacio

El valor de la marca es inmenso y efímero, pero detrás de todas esas marcas de lujo subyace la noción de que el objeto es algo único. Esa cualidad especial es una mezcla de artesanía, materiales y diseño. El cuero fino y las pieles son la base de las marcas de moda más prestigiosas, como también lo es la artesanía involucrada en combinar todas esas piezas de la manera más duradera e ingeniosa posible. El diseño es el responsable de elevar todo ese trabajo creando imágenes, formas y en el caso de la arquitectura, espacios sorprendentes. A veces, estos elementos funcionan conjuntamente, mientras que en otros casos se enfrentan entre sí. Un bolso de Louis Vuitton o un edificio obra de John Pawson están concebidos para durar para siempre, pero el verdadero consumidor de lujo ansía un nuevo diseño lo antes posible.

A su vez, detrás de este concepto de lujo se encuentra la idea del trabajo. Algo se considera lujoso porque los artesanos, diseñadores e incluso los publicistas han destinado una gran cantidad de tiempo y destreza a su concepción. Un bien de lujo es por tanto el reflejo de ese trabajo invertido. Al valorar estos objetos debemos apreciar el trabajo realizado por otros y deleitarnos con nuestra capacidad de comprar todo ese esfuerzo en un instante con la tarjeta de crédito. Esto también significa que los bienes de lujo son como los túmulos funerarios de las antiguas civilizaciones en los que se depositaba el oro u otro botín: colocamos una gran cantidad de esfuerzo humano bajo tierra, mostrando nuestra habilidad para controlar todos esos recursos levantando un túmulo sobre esas riquezas. En nuestra sociedad actual, llevamos estos monumentos con nosotros o los conducimos. Los residuos visibles son un gran lujo.

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IMAGEN ETHAN HOOVER, UNSPLASH
Photo Ethan Hoover, Unsplash
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Paradójicamente, esto significa que un lujo aún mayor —teniendo en cuenta lo que cuestan las cosas— sería la nada: el vacío de espacio y tiempo que nos podemos permitir ahora o en el más allá. La posibilidad de tomarnos el tiempo para no hacer nada, para irnos de vacaciones, o jubilarnos, es una adquisición mucho más cara que la compra de cualquier bolso de marca. El espacio tiene un precio igualmente alto. El precio que pagamos por nuestros hogares y lugares de trabajo depende del número de metros cuadrados. Cuanto más espacio vacío tengas a tu alrededor, más lujosos se consideran esos ambientes. Es posible que no utilicemos todos esas habitaciones o estancias, pero el hecho de tenerlos significa que los controlamos, los poseemos y los exhibimos. En un extremo, poder disfrutar de tu propia isla privada en un complejo turístico en el Océano Índico vale miles de dólares por noche. En el otro, podríamos pagar incluso unos miles más para poder disfrutar de esos centímetros de más en el vuelo que nos llevará allí.

El otro coste del lujo

Sin embargo, hoy en día, todo ese espacio y esas pieles de vaca tienen otro coste: el de los residuos medioambientales. Los bienes de lujo, las viviendas de alto precio y los aviones, Lamborghinis y yates que utilizamos para transportar esos bienes y a nosotros mismos son un tremendo desperdicio de recursos naturales. La otra cara de la indulgencia del lujo ha sido siempre la culpa. Esto solía ser una cuestión moral, ya que nos sentimos culpables por el simple hecho de desperdiciar, como si se tratara de un pecado contra el orden natural de las cosas. Ahora el emplazamiento de ese pecado es más preciso: estamos desperdiciando recursos que no podemos reponer y arruinando lo que dejamos a los demás y a nuestros hijos. En ese caso, en vez de comprar indulgencias, adquirimos compensaciones por emisión de carbono o nos dedicamos al activismo para apaciguar nuestra conciencia. Quizás dejemos incluso de llevar prendas de piel o nos decantemos por un Jaguar eléctrico, pero mientras descansamos en nuestro loft admirando la silueta de la ciudad (espacio que poseemos de forma virtual), envueltos en nuestras pieles falsas cosidas a mano, siempre tendremos esa sensación persistente de que estamos desperdiciando nuestra vida.

Por tanto, el mayor lujo podría ser no preocuparse. Ser tan rico y con una falta de conciencia tan absoluta que no nos importe lo que cuesta algo, cuántas horas ha invertido alguien en crearlo, quién o qué fue asesinado en el proceso y cómo la gente se ahoga en el próximo huracán a causa de nuestras acciones. Esto sería el lujo sin fin.

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IMAGEN FRANCISCO MORENO, UNSPLASH

El antídoto para todo esto sería apreciar lo que ya tenemos. La edad importa en algunos bienes de lujo, como los cuadros y el vino. En la arquitectura, los edificios antiguos tienen a menudo más pátina y aura que uno recién construido. Los coches antiguos se venden por mucho más que cualquier Maybach a estrenar. Algún día, espero que pronto, la pieza que adquirimos en una web de reventa o el terreno que compartimos con un agricultor para su cosecha o el tiempo que dedicamos a andar en vez de conducir o que nos lleven al trabajo, será mucho más lujoso que cualquier cosa producida aquí y ahora.

IMAGEN PRINCIPAL: Un paseo por el bosque. Imagen Kim Dad Jeung, Unsplash