Los campos de juego como lugares de invención espacial

El lado arquitectónico de los espacios dedicados al deporte 

«Se trataba de crear espacio y de acceder al espacio», explicaba Barry Hulshoff, exjugador del Ajax Amsterdam y de la selección nacional holandesa, a David Winner, autor de Brilliant Orange: The Neurotic Genius of Dutch Football (La naranja brillante: El genio neurótico del fútbol holandés) (2002). «Es un tipo de arquitectura sobre el campo. Es movimiento, pero también se trata del espacio y de su organización». En un primer momento, identificamos el binomio arquitectura-fútbol con los estadios, como el flamante campo del Tottenham Hotspurs, pero también evoca algo esencial como es el propio juego. Practicamos deportes y los vemos por muchas razones. Además de la atracción por los desafíos físicos, la camaradería o la emoción por el incierto resultado, encontramos la generación y solución de rompecabezas espaciales. Los deportes son prácticas espaciales y los campos de juego e instalaciones deportivas son lugares de invención espacial.

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CUARTOS DE FINAL DE LA UEFA CHAMPIONS LEAGUE ENTRE EL TOTTENHAM HOTSPUR Y EL MANCHESTER CITY, EN EL TOTTENHAM HOTSPUR STADIUM, LONDRES, DISEÑADO POR POPULOUS. IMAGEN: WIKIMEDIA COMMONS

«La práctica de un deporte», describe el filósofo deportivo Bernard Suits en su ensayo The Elements of Sport (Los elementos del deporte) (1973), «es un intento voluntario de superar obstáculos innecesarios». Por consiguiente, en el golf nos empeñamos, a veces de manera obsesiva, en utilizar un palo para introducir una pequeña pelota en un orificio ligeramente más grande situado a varios cientos de metros en vez de llevarla en la mano. El diseño de tales obstáculos innecesarios incluye la construcción de estructuras para practicar deportes —desde porterías desplegables para jugar partidillos al césped impecable de un estadio profesional— y la regulación del tiempo y el comportamiento que diferencia el espacio social del deporte de nuestra conducta diaria: la maniobra para deshacerse de un contrario empujándolo con la cadera es admisible en el hockey, pero no estaría bien visto en el pasillo del supermercado.

Un tema recurrente en la trayectoria de muchos deportes individuales desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días es la gradual estandarización de los terrenos de juego e instalaciones deportivas por parte de los organismos de gobierno nacionales e internacionales, definiendo áreas separadas para los jugadores y los espectadores y estableciendo reglas. El terreno de juego en el fútbol es un buen ejemplo. Desde finales del siglo XIX hasta 1937, el campo pasó de ser un área rectangular de dimensiones sin especificar, únicamente delimitada por banderines en las esquinas (algunos campos de la época eran casi el doble de los actuales), a la configuración icónica con límites perfectamente establecidos y características definidas como el círculo central y las áreas de penalti.

Si bien el terreno de juego se considera una constante, aunque con algunas variaciones en las dimensiones y en las características del césped (natural o artificial), los jugadores y entrenadores han transformado de forma drástica la forma en que se utiliza. El libro de Jonathan Wilson, Inverting the Pyramid (Invirtiendo la Pirámide) (2008), recorre de forma sucinta más de un siglo de invención espacial por parte de jugadores que lograban marcar tras driblar a varios oponentes, estrategia muy utilizada por los equipos ingleses a finales del siglo XIX, a alineaciones de ataque que ocupan toda la extensión del terreno de juego. Hoy en día, hablamos de jugadores que crean espacios con fintas y movimientos que abren distancias entre atacante y defensor, o de cerrar el espacio al converger sobre el atacante y anular las opciones de pase.

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INGLATERRA-ESCOCIA, PARTIDO DISPUTADO EN EL KENSINGTON OVAL, LONDRES, 1875. IMAGEN: WIKIMEDIA COMMONS

En claro contraste con el anonimato del campo de fútbol, los singulares condicionantes de los campos de golf —variaciones topográficas, zonas con vegetación, e incluso la meteorología— se consideran elementos constitutivos del juego. Los golfistas recorren el campo de la misma forma que sus oponentes. El inventario de características definidas, incluyendo las áreas del tee, los bunkers y el green, existe desde la década de 1880, pero sus formas específicas y las dimensiones generales del campo dependían entonces y aún lo siguen haciendo, de la evaluación subjetiva que el diseñador del campo realice sobre el grado de dificultad o la experiencia estética que ofrecerá a los jugadores.

Más que en cualquier otro deporte, el diseño de los campos de golf se presta a la noción de autoría. El uso del término «arquitecto de golf» se extendió durante los años 20 del siglo pasado para designar a los diseñadores de campos profesionales. «La labor de un arquitecto», escriben H. N. Wethered y T. Simpson en The Architectural Side of Golf (El lado arquitectónico del golf) (1929), «es por tanto crear, en la medida de lo posible, un entorno de interés, inventar secretos escondidos bajo la superficie —incluso apariencias que pueden llevar a engaño… Y con esta ocultación de lo obvio debería obtenerse una belleza de líneas y contornos en toda construcción artificial.» El reto al que se enfrenta el golfista es resolver los rompecabezas ideados por este ilusionista, cuya identidad contribuye en múltiples ocasiones a la fama del campo.

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APROXIMACIÓN AL HOYO 10, ‘CAMELLIA,’ EN EL AUGUSTA NATIONAL GOLF CLUB, GEORGIA, EE.UU., BOBBY JONES Y ALISTER MACKENZIE, DISEÑADORES ORIGINALES, 1933. IMAGEN: WIKIMEDIA COMMONS

Las instalaciones deportivas Puckelboll (término sueco que combina el sufijo característico de los juegos de pelota con puckel, que significa joroba) del artista sueco Johan Ström son rompecabezas espaciales únicos en su especie.  Diseñadas en 2002 y construidas en parques urbanos de las ciudades de Malmö y Estocolmo, con otras localizaciones en estudio, las instalaciones presentan la forma general y las líneas de juego de un campo de fútbol, pero la superficie del campo está deformada por ondulaciones que recuerdan a las «bañeras» de una pista de esquí, las cuales redireccionan la trayectoria del balón de manera inesperada, y los palos de las porterías tienen un perfil sinuoso similar al del regaliz. Ström diseñó estas peculiaridades para desafiar los convencionalismos de los campos reglamentarios y estimular la espontaneidad en el juego. Logran escenificar la tensión entre las restricciones y la libertad presentes en la práctica espacial del deporte.

IMAGEN PRINCIPAL: Campo Puckelboll en Malmö, Suecia, diseñado por Johan Ström, 2002. Imagen: Wikimedia Commons