La torre Grenfell: punto de inflexión

¿Qué ha cambiado desde el trágico incendio en este bloque de viviendas?

En junio de 2017 se originó un incendio en la torre Grenfell, un edificio de viviendas de 23 plantas de hormigón armado. Construido en 1974, este bloque forma parte del complejo West Housing Estate en Notting Dale, en el oeste de Londres. Durante más de 24 horas millones de personas vieron en la TV cómo las llamas engullían el edificio. Setenta y una personas murieron esa noche; la más joven era un bebé de seis meses.

Viví bastante cerca del distrito de Ladbroke Grove en los años noventa y disfruté de la exuberancia visual y musical del Carnaval de Notting Hill cada agosto, una manifestación popular inmensa de la riqueza cultural de la zona. La última vez que vi la torre fue unos seis meses antes de la tragedia, cuando me apeé en la cercana estación de metro de Latimer Road para asistir a una reunión con el director de una organización artística local.

Este distrito es una de las diez áreas más deprimidas de Reino Unido desde hace cuarenta años; toda una contradicción porque no está muy lejos de las exclusivas residencias de algunas de las personas más ricas del país. Grenfell era el hogar de una comunidad multicultural muy unida: 350 personas vivían en 127 apartamentos de una o dos habitaciones; seis viviendas por planta.

La policía confirmó que el incendio empezó por un fallo en una nevera en el ala noroccidental del edificio. Parece ser que se expandió rápidamente por una ventana y empezó a calentar el revestimiento y el material de aislamiento, lo que desencadenó un efecto en cadena, puesto que el agua no podía llegar al fuego que quemaba detrás de los paneles. Se originó un túnel de viento vertical que provocó que, en pocas horas, toda la estructura quedara envuelta en llamas. Como explicó uno de los vecinos, la torre Grenfell prendió como un fósforo.

El revestimiento consistía en láminas de aluminio de medio milímetro fijadas a un núcleo de polietileno de seis milímetros de grosor. Las muestras que se sacaron tras el incendio no superaron las pruebas de resistencia al fuego. Aun así, este era el tipo de revestimiento que se utilizaba generalmente en edificios que superaban los dieciocho metros antes de la tragedia. Y, por si fuera poco, el ascensor de emergencia del edificio y el sistema de extracción de humos tampoco funcionaron, con lo que el hueco de la escalera se llenó por completo de humo tóxico.

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LA TORRE GRENFELL EN LLAMAS. IMAGEN @ALAMY

Unos años antes, en 2014, se había llevado a cabo una rehabilitación del edificio que costó 8,7 millones de libras esterlinas (unos 9,7 millones de euros). Las obras consistieron en limpiarle la “cara” para que tuviera un “mejor aspecto”. De este modo, se dejó un hueco entre el revestimiento y los muros de hormigón, un vacío a través del cual el fuego y el humo se propagaron. ¿Cómo pudo pasar esto con más de sesenta empresas y subcontratistas diferentes involucrados en las obras?

Tal como apuntó la ONG Architects for Social Change, “un edificio es la suma de sus partes, y funciona holísticamente”.

“Cualquier modificación en sus componentes originales alterará las estrategias antincendios propias del diseño del revestimiento”. Se ha demostrado que los nuevos paneles y su aislamiento inflamable, más la ausencia de puertas cortafuegos, comprometieron los componentes originales del edificio (muros, suelos y puertas), con lo que los sellos y los sistemas pasivos de cortafuegos fueron ineficaces. El sistema de alarma antincendios y las luces de emergencia de la ruta de evacuación tampoco funcionaron. La trágica recomendación, seguida por muchos de los habitantes de la torre, de “quedarse quietos” se basaba en la suposición de que esta compartimentación evitaría la propagación del fuego por todo el edificio.

Desde el incendio se ha llevado a cabo una extensa investigación, que ha puesto en evidencia que muchas otras viviendas en el Reino Unido corren el mismo peligro. 333 torres de viviendas municipales tienen un revestimiento que no cumple la normativa y alrededor de otras cien tienen el mismo revestimiento combustible que el de la torre Grenfell. Las investigaciones también han encontrado 470 torres en el sector privado que se construyeron con materiales combustibles. En mayo de 2018, el gobierno del Reino Unido anunció que pagaría a los ayuntamientos y a las asociaciones de vivienda social alrededor de 400 millones de libras para eliminar el revestimiento peligroso; en septiembre el gobierno avisó a los propietarios y a las constructoras infractoras que si no lo hacían podrían ser multados o se les podría negar cualquier tipo de subvención pública en el futuro.

Grenfell es la “consecuencia catastrófica de un sistema profundamente disfuncional”. Son palabras de Teresa Borsuk, socia de la oficina de arquitectura Pollard Thomas Edwards. La cultura de la adjudicación de edificios, de su mantenimiento y el análisis de valor (reducción de costes) en el sector inmobiliario ha originado un sistema fragmentado y problemático. El proceso integrado de “diseño y construcción” puede conducir a una pérdida de calidad, ya que los constructores tratan de reducir al máximo el coste; además se excluye a los arquitectos del proceso de construcción, por lo que no pueden hacer un seguimiento de la calidad de las obras. Arnold Tarling, un perito y experto en seguridad contra incendios que desde hace años defiende una mejor normativa antincendios en el Reino Unido, mantiene que “los certificados y las declaraciones de los fabricantes no son de fiar. Los informes sobre los ensayos y pruebas deberían ser de libre acceso”.

Antes de 1985, la normativa de la construcción ocupaba 306 páginas, pero bajo el gobierno de Margaret Thatcher, se redujeron a 24. A principios de los años noventa, se prohibió el uso de materiales combustibles en los edificios más altos, pero, por regla general, hoy en día se siguen utilizando; además generalmente no se instalan puertas cortafuegos ni tampoco ventanas y balcones a prueba de fuego. A partir de lo ocurrido en Grenfell se ha abierto un debate sobre qué parte de la normativa de la construcción debía o no debía aplicarse.

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MEMORIAL EN LA TORRE DE GRENFELL. IMAGEN JENNY MATHEWS

En julio de 2018 el gobierno anunció que tomaría el control de la torre Grenfell. Una declaración conjunta firmada por el Ayuntamiento, Grenfell United Group y Lancaster West Residents Association declaró que la comunidad de vecinos se hará cargo de las decisiones sobre el futuro de Grenfell y su propiedad será transferida a un órgano que representa a los familiares de las víctimas y a los supervivientes. Según la declaración, el carácter general del barrio cambiará para fomentar una vida más comunitaria; el Ayuntamiento, por su parte, se encargará de mejorar la zona de Lancaster West, con el compromiso de preservar el aspecto conmemorativo del lugar.

En verano se inauguraron un gimnasio de boxeo y un centro comunitario que reemplaza los que existían en la torre Grenfell desde la rehabilitación pero que sucumbieron al fuego. Hubo una consulta entre los vecinos para ver qué querían ubicar en los nuevos espacios, diseñados por los arquitectos Featherstone Young con diseño interior de Gabrielle Blackman. Se construyeron a gran velocidad, gracias a las acciones coordinadas de mano de obra (especializada y no) voluntaria, y a la donación de materiales. Incluso el príncipe Guillermo, que reside en el cercano Palacio de Kensington, ayudó a pintar un muro mientras visitaba la obra.

En este sentido, Grenfell ha sido una llamada de atención para impulsar una reforma inmediata del sistema. Es un símbolo de la negligencia de los gobiernos británicos hacia la vivienda social y una prueba de la subordinación a un plan de liberalización que incluye la privatización del control sobre la construcción. Esto influenció a las estructuras de gestión no-intervencionista, un sistema que perjudicó a los residentes de Grenfell. El incendio puso en relieve la necesidad de aplicar cambios más amplios en lo referente al sistema de adjudicación de vivienda social y a la necesidad de detener la estigmatización. Los vecinos de la torre Grenfell, en lo que no deja de ser una trágica ironía, ya habían comunicado antes de la catástrofe sus preocupaciones sobre la seguridad ante la eventualidad de un incendio, pero nada se hizo al respecto.

En agosto de 2018, el gobierno británico publicó un Libro Verde que describe su visión y su renovado compromiso con la vivienda social. Lo de Grenfell “no debería haber pasado”, decía el texto, “y tiene que significar un punto de inflexión para debatir cómo el país piensa y aborda la vivienda social”.

Después de lo ocurrido en Grenfell, los habitantes de Londres se resisten a trasladarse a vivir a edificios altos. Pero esto no quiere decir que todos los bloques de vivienda social deban ser demolidos. El parque de vivienda social existente debe renovarse y mantenerse y debe realizarse un seguimiento preciso del proceso. Grenfell debe estar en nuestros corazones y nuestros pensamientos a la hora de dirigir el tan necesitado cambio y la renovación de los valores sistémicos y los compromisos en lo referente a la construcción y mantenimiento de viviendas.

Imagen principal de Alex McNaughton