Las otras vidas de la arquitectura urbana en Madrid

Repensar antiguos edificios para darles una segunda oportunidad

La arquitectura conforma la ciudad, y con ambas –desde antiguo– se ha escrito la memoria colectiva en la cultura mediterránea. La ciudad no es solo residencia, sino también espacio urbano público; es mercado y foro para el debate, el juego o las relaciones humanas. Es, pues, un organismo vivo, cuya perspectiva aérea nocturna ofrece indiscutibles similitudes con un tejido humano, visto a través del microscopio. Y así, un zoom desde la estratosfera nos ofrecería, en distintas y múltiples secuencias, idénticas imágenes: desde el cosmos hasta el átomo, con células contorneadas por ríos a través de los cuales fluye la vida y el movimiento.

Vida y movimiento que hacen de la ciudad un organismo en permanente mutación, de acuerdo a las necesidades y modelos sociales de cada momento.

Los avances tecnológicos han permitido al hombre moderno una arquitectura descontextualizada, capaz de adaptarse a muy diversas situaciones y paisajes. Fenómeno probablemente inevitable, que nos devuelve a la orteguiana «razón del lugar»; ese conjunto de fuerzas ocultas presentes en cada punto del planeta que hacen de cada uno de ellos un lugar único e irrepetible, capaz de condicionar un modelo de vida concreto. Y así, gracias a ello, la arquitectura urbana adquiere significado y personalidad; en la que puede reconocerse no solo el gesto, sino también el alma. Como las plantas, los edificios hunden en la tierra sus raíces; haciendo realidad arquitectura y memoria, poética de los edificios antiguos que condensan de modo incontestable esencia y significado; evocación de aquel «agente en gerundio y en círculo» que glosara el poeta César Vallejo como sujeto del acto: la vida.

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Por ello, el reciclaje de los edificios antiguos enfrenta un eterno y cambiante dilema: el derecho a morir que defendiera John Ruskin, con la reivindicación romántica sobre la permanencia de la ruina; frente al derecho a vivir, sea este por la vía de recuperar los viejos contenedores o, sencillamente, de renacer, regenerar. Lo que viene a ser el derecho a ser conservado versus el derecho a la transformación de la ciudad. En este sentido, ya el movimiento moderno ligaba la vida útil de los edificios a la vigencia de su función; idea asimismo subsiguiente a los nuevos modos de hacer y, sobre todo, a la consagración de «la novedad» como categoría identificadora de lo valioso, que instaura por vez primera en la historia de la arquitectura una idea de fugacidad no conocida hasta entonces. Es decir, lo efímero frente a lo perdurable.

¿Quién decide, pues, qué y cómo debe permanecer en este mundo de los vivos?

La tradición de los viejos sanedrines, constituidos por especialistas e historiadores, no resulta demasiado concordante con la idea de que la conservación y/o regeneración de los edificios antiguos constituye –por encima de todo– un ejercicio de arquitectura sobre la arquitectura y corresponde a los arquitectos el criterio principal sobre su esencia y mejor destino. No en vano la arquitectura urbana sigue siendo la columna vertebral en la que se integran, desde antiguo, conocimientos diversos y especializados. Arte aplicada que se mueve entre el humanismo y la ciencia, para proporcionar al ser humano la utilidad necesaria, satisfaciendo un programa concreto.

De su complejidad nace una imprescindible perspectiva global, pues el todo es algo más que la suma de las partes. Perspectiva que debe ser además objetivada para cada edificio y hacerlo frecuentemente sobreviviendo a rígidas normativas de todo tipo. Por ello, los que deciden deben ser los mejores, los más capacitados; aquellos arquitectos con la más amplia visión y sensibilidad; los más documentados conocedores de la ciudad y sus pulsos, para conjugar los criterios arquitectónicos, con los criterios historicistas, funcionales y urbanísticos.

El reciclaje de los edificios antiguos constituye siempre una segunda oportunidad. El reconocimiento de su mérito les otorga el valor de ser conservados con nuevos usos y destinos acordes a la vida presente. Una nueva funcionalidad que ha de ser necesariamente compatible con las viejas arquitecturas; y en esa exploración de los posibles nuevos usos, resulta de extraordinario interés el trabajo de investigación universitario que pueda hacerse desde las escuelas de arquitectura.

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SANTIAGO FAJARDO (DERECHA) EN UNA MESA REDONDA @ ROCA. GALLERY MADRID

«Paseando por Madrid» es un experimento divulgativo audiovisual que trata de dar a conocer las mejores arquitecturas de nuestra capital, proporcionando al ciudadano las claves para su mejor comprensión y valoración. Su formato breve y condensado tiene, como complemento, un ciclo de mesas redondas que, desde 2015, acoge Roca Madrid Gallery y en las que se amplía la información de los vídeos, ofreciendo al ciudadano interesado detalles sobre las mejores operaciones de reciclaje realizadas en nuestros edificios antiguos.

Un enfoque propositivo sobre cómo la arquitectura urbana contemporánea puede y debe medirse con el pasado; dialogando con este para incorporarlo a la construcción de nuestro presente.

Como sostiene el poeta, «…una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando comienzan a habitarla». Tal es la razón de ser de la arquitectura.