Más allá del mixed-use

Algunas consideraciones sobre el presente

El edificio de usos mixtos ha sido una de las invenciones tipológicas que más nos ha permitido poner en crisis el filón higienista del urbanismo moderno. La sectorización de la residencia, la producción y el ocio nos ha conducido a un aprovechamiento intermitente del territorio al mismo tiempo que las migraciones rurales hacia los centros urbanos desbordaron las densidades previstas. El impacto que esto supuso en nuestros sistemas de transporte y energía nos llevó a cuestionar la idea de que exista un único programa ligado a grandes extensiones de suelo.

A partir de aquí, iniciamos una agenda paralela basada en engrosar y diversificar el espesor de nuestras ciudades, superponiendo verticalmente los mismos usos que la Carta de Atenas recomendaba segregar de manera horizontal. Para poner a prueba este argumento desarrollamos nuevas técnicas de proyecto que hicieron posible una nueva constelación de edificios que comienza con el Auditorium Building de Dankmar Adler y Louis Sullivan (Chicago, 1887–1889) y llega a nuestros días con De Rotterdam de OMA (Rotterdam, 1998–2013).

Los edificios de usos mixtos ofrecerán nodos de gran intensidad urbana. Se materializarán como complejos tridimensionales capaces de ensamblar los tipos heredados –el hotel, el edificio de viviendas, de oficinas, el centro comercial, la estación, etc.– en un enorme Frankenstein que en la mayoría de los casos exhibirá orgulloso las cicatrices entre cada una de sus partes. Las envolventes de estos edificios harán de los diferentes usos un argumento expresivo, dejando en evidencia una fascinación por la «función» que paradójicamente los acercará al tipo de modernidad que inicialmente buscaron revertir.

Finalmente, será el exceso de confianza en un cóctel programático celosamente calculado y traducido espacialmente lo que limitará su capacidad operativa en el presente. Pues en el mismo momento en el que aceptamos al «cambio» como un material de construcción ineludible, nos hemos vueltos testigos presenciales del debilitamiento progresivo del binomio «forma y función». Los espacios profundos y diáfanos dedicados al trabajo nos parecen hoy tener menos sentido, mientras que el avance de la digitalización nos ofrece una forma de interacción que diluye la jornada laboral tal y como la conocíamos. Del mismo modo, la vivienda ha dejado de ser el refugio de nuestra privacidad justo cuando la educación, el ocio y otra vez el trabajo, comienzan a desarticular sus organizaciones más tradicionales.

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EL ESPACIO UTILIZADO COMO LUGAR DE TRABAJO, UNA DE LAS FORMAS DE USO QUE POSIBILITA EL EDIFICIO BONPLAND, BUENOS AIRES, ADAMO-FAIDEN. IMAGEN © JAVIER AGUSTÍN ROJAS

Frente a este escenario, la arquitectura deberá abandonar definitivamente su corte cientificista para limitarse a «dar espacio», a ofrecer contenedores sin un contenido preestablecido. Nuestra energía deberá estar enfocada en poner a punto nuevas herramientas de diseño que nos permitan concebir edificios programáticamente inestables pero espacialmente específicos.

En el urbanismo moderno, construiremos estructuras abiertas a distintas apropiaciones pero no por ello renunciaremos a establecer un diálogo preciso con nuestro entorno. De hecho, dejar en suspenso el carácter operativo de nuestros artefactos nos obligará a revisar el rol de los cerramientos, que lejos de traducir figurativamente unos usos que ahora desconocemos, podrán finalmente proyectarse como filtros entre el individuo y el mundo. Evitarnos la tarea de articular un programa de necesidades exhaustivo nos dará oxígeno para imaginar nuevos sistemas de distribución de flujos y energía, ahora asociados a un grado de imprevisibilidad que a su vez ofrecerá estímulos impensados al diseño estructural. Avanzar en este sentido, supondrá proyectar simultáneamente un individuo que reclame un mayor grado de acción y compromiso con los espacios que habita.

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EL MISMO ESPACIO UTILIZADO COMO VIVIENDA, DEMOSTRANDO ASÍ LA POLIFUNCIONALIDAD DEL MISMO. EDIFICIO BONPLAND, BUENOS AIRES, ADAMO-FAIDEN. IMAGEN © JAVIER AGUSTÍN ROJAS

Deberemos darle forma a un modelo de ciudadano que de manera consciente elige ya no encajar en los espacios que alguien ha prefigurado para él. Tendremos que detenernos un poco antes y abandonar justo sobre la recta final. Enrocaremos nuestra posición con la de los futuros habitantes de nuestros edificios, dado que ahora serán sus sistemas de objetos los que finalmente decreten el uso de cada espacio. Movernos desde el mixed-use hacia el diff-use no implicará trabajar a gran escala o solamente en situaciones de relevancia urbana. La agenda vinculada a los usos difusos tendrá el potencial de expandirse hacia todos los ámbitos del proyecto, dado que en definitiva, solo implicará adoptar una nueva actitud hacia las variables más elementales de la disciplina.

IMAGEN PRINCIPAL: El espacio habitable como contenedor neutro y polifuncional capaz de aceptar diferentes usos. Edificio Bonpland, Buenos Aires, Adamo-Faiden. Imagen © Javier Agustín Rojas