Radicalmente rurales

Muchas comunidades alternativas son un laboratorio de pruebas para un mundo mejor

Desde 1974, Hugh Piggot vive desconectado de la red en un lugar remoto en Scoraig, una península en el noroeste de Escocia. Después de graduarse en Cambridge, decidió construir un molino de viento para generar electricidad durante los crudos meses de invierno, y esta ha sido su vocación desde entonces.  Su formación en ingeniería y su capacidad autodidacta fueron los puntos de partida para que se convirtiera en un experto en energía eólica. Su libro Wind Turbine Recipe Book ha sido un superventas entre los miembros de las sociedades que viven en comunidad, puesto que en él explica cómo construir una amplia variedad de turbinas eólicas de diferentes tamaños y voltajes. Todavía hoy su publicación sigue despertando interés y su contenido se actualiza constantemente.

Es imposible decir cuántos de estos aerogeneradores se han construido en todo el mundo, pero sabemos que Suderbyn –una comunidad intencional en Suecia– tiene uno. Su turbina eólica Piggot forma parte de un sistema de control de lazo cerrado: un sistema circular para la producción a pequeña escala de comida y energía, incluso en áreas de clima frío y biológicamente sensibles. El sistema integra un invernadero geo solar que se sirve de diseño inteligente y energía renovable producida localmente, un digestor de micro-biogás que aprovecha los residuos orgánicos para la producción de energía y un sistema aeropónico para el cultivo de plantas sin tierra.

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SUDERBYN ES UNA COMUNIDAD ALTERNATIVA EN SUECIA. IMÁGENES: CLARA CORTADELLES
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COCINA ECONÓMICA TÍPICA EN ALGUNAS COMUNIDADES ALTERNATIVAS

Suderbyn es solo un ejemplo de las más de dos mil comunidades alternativas en Europa donde la gente trata de encontrar nuevas formas de construir otro tipo de sociedad y democracia, con el objetivo de mantener una relación más equilibrada con los recursos naturales, crear un vínculo más estrecho entre las personas e instaurar un sistema alternativo de intercambio de bienes y dinero.

A pesar de que la mayoría de estas comunidades no están conectadas a una red eléctrica y utilizan sistemas de energía renovable, hasta la fecha se han publicado pocos datos fiables sobre el impacto medioambiental de estas ecoaldeas. Sin embargo, The Ecological Footprint of the Findhorn Foundation and Community analizó la huella ecológica de los habitantes de esta comunidad, una técnica para medir el impacto medioambiental. Esto es importante porque Findhorn no es una pequeña comunidad de cuatro familias medio hippies. Sus inicios se remontan a 1970 y alberga a quinientas personas. El informe manifiesta que la huella ecológica para cada habitante de Findhorn es de 2,71 hag (hectáreas globales, la unidad de medida empleada para cuantificar la bio capacidad del planeta), mientras que para cualquier habitante de Escocia que no vive en una ecoaldea es de 5,37 hag. Esto supone una reducción del 49,5 por ciento por persona. En Lammas, una ecoaldea fundada en 2011 en Gales, los resultados son todavía mejores. En 2014 aseguraron que su huella ecológica era de 1,55 hag/cap, muy por debajo de la media de la región que es de 4,41 hag/cap. Se estima que estos resultados son consecuencia de la combinación entre su sistema agrícola, construcciones más ecológicas, la instauración del coche multiusuario, la reducción de energía y agua, la reutilización de recursos y otras medidas ecológicas.

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ECO-ALDEA LAMMAS EN GALES. IMAGEN: ALAMY STOCK PHOTO
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VIDA FAMILIAR EN UNA COMUNIDAD ALTERNATIVA

El objetivo de estas comunidades alternativas no es solo buscar un modo de vida más sostenible, sino también recuperar tradiciones locales, conseguir la máxima independencia respecto a los poderes establecidos, mostrar estilos de vida alternativos, instaurar elementos radicalmente innovadores en el ámbito de la agricultura y el paisajismo y volver a ocupar pueblos abandonados.

La pregunta es si estas comunidades pueden solucionar problemas globales como la escasez energética o alimentaria, el cambio climático o la desigualdad económica.

Pero la pregunta es: ¿pueden todos estos idealistas solucionar problemas globales como la escasez energética o alimentaria, el cambio climático o la desigualdad económica? Es cierto que las soluciones reales solo pueden venir de la adaptación y concienciación a gran escala, pero también que el aumento de las comunidades utópicas siempre se da en épocas de industrialización extrema. Dos tercios de las novelas utópicas se escribieron en el siglo xix, como resultado de las condiciones de vida que generó la revolución industrial. Además, la historia ha demostrado que estos experimentos pueden convertirse en sabiduría popular y después adoptarse a mayor escala. Visto en retrospectiva, las ciudades jardín y las comunidades intencionales fundadas en el siglo xix influenciaron fuertemente en las luchas para conseguir mejores condiciones laborales y en nuestra percepción de lo que significa llevar una vida saludable. Tal y como escribió Jessy Sherry en su tesis de 2014 Community supported sustainability: how eco villages model more sustainable community, “estaban ocupados encontrando formas de vida que funcionaran mejor bajo las nuevas condiciones que las ofrecidas por las prácticas tradicionales, ensayando nuevas disposiciones urbanísticas y políticas sociales. A pesar de que ninguna de esas comunidades se convirtió en el modelo para una nueva sociedad, en conjunto funcionaron como experimentos técnicos e ideológicos que permitieron el desarrollo de muchas de las soluciones que usamos hoy en día”.

En la actualidad, mucha gente está tratando de encontrar alternativas a causa de la creciente concienciación medioambiental y de la falta de confianza en los políticos y las organizaciones internacionales en general. Buscan Al igual que ahora, en los años setenta hubo un aumento de este tipo de comunidades, algunas de las cuales todavía funcionan (como el ejemplo de Findhorn mencionado antes). Estas comunidades alternativas han evolucionado y crecido con el tiempo y se han adaptado a las nuevas posibilidades tecnológicas.

Detrás de estas iniciativas se halla un poderoso mensaje, puesto que estas comunidades no dan la espalda al mundo exterior, sino que tratan de encontrar nuevas formas de reinventar Europa experimentando a pequeña escala. Ahora que la economía europea ha empezado a recuperarse, merece la pena observar los métodos de trabajo de esas comunidades y tratar de obtener conocimiento útil que pueda ayudar a los diseñadores, urbanistas y paisajistas a seguir aprendiendo y, a la vez, ayudarnos a todos a crear un mundo más sostenible.

IMAGEN PRINCIPAL: El hamman de la comunidad alternativa de Suderbyn en Suecia.