La revolución verde en la ciudad

Biofilia y diseño transespecie

Hasta la Revolución Industrial, la integración de la ciudad y el paisaje venía dada por la necesidad de proveerse de alimentos y recursos, como el agua, en un entorno cercano. Muchas ciudades integraban la producción agrícola y ganadera en su espacio urbano. La Barcelona pre industrial, por ejemplo, se abastecía de agua a través de pozos y acequias como el Rec Comtal, que recogía el agua de Montcada y atravesaba el barrio de La Ribera, en la zona de intramuros. También proporcionaba la energía para girar los molinos de cereal. Los habitantes convivían con los animales que les proporcionaban leche y huevos, y muchos edificios tenían talleres y corrales en las plantas bajas y en los patios. El ganado crecía en la montaña y llegaba por las rutas de trashumancia de las cuencas fluviales hasta los prados y granjas del llano de Barcelona, donde se engordaba para su sacrificio como fuente de carne para la ciudad. Los campos de cultivo ocupaban buena parte de lo que es ahora el llano de Barcelona. A pesar de que esta naturaleza urbana tenía una visión estrictamente utilitaria y alimenticia, la convivencia entre seres humanos y no humanos era algo que se daba por descontado.

A partir de 1850, en el mundo occidental ha habido, como mínimo, tres momentos en los que la ciudad ha tomado conciencia de sus carencias o disfunciones desde el punto de vista medioambiental. El primer momento está precedido por los inmensos cambios asociados a la primera Revolución Industrial. Profundos cambios sociales y aumentos demográficos repentinos nunca vistos hasta el momento, unidos a nuevos modelos productivos que llevarían a un nuevo nivel la contaminación del aire, la cual ya era muy patente debido a la combustión del carbón de las estufas. Esta primera concienciación cristaliza en los movimientos higienistas del siglo XIX, y da lugar al nacimiento del urbanismo moderno con criterios científicos.

El segundo momento es fruto de los efectos de las diferentes olas de industrialización y globalización, y de la plena asunción de un modelo de capitalismo que ignoraba los parámetros medioambientales. Alrededor de los años sesenta del siglo pasado, la ecología nace como un movimiento romántico y de denuncia, pero acabará estableciéndose, tal y como lo hizo antes el urbanismo, como una disciplina científica plena y autónoma. La fuerza combinada del ecologismo como concienciación social y de la ecología como ciencia impulsa un cambio en los entornos urbanos.

Los espacios urbanos incorporarán diseños que preserven la biodiversidad.

El nuevo Acuario de Mazatlán es un espacio para aprender de la naturaleza, amarla y disfrutarla, Centro de Investigación del Mar de Cortés, Mazatlán, Sinaloa, México, 2023, Tatiana Bilbao Estudio: Tatiana Bilbao, Catia Bilbao, Juan Pablo Benlliure, Udayan Mazumdar. Imagen © Tatiana Bilbao Estudio

A finales del siglo pasado se empieza a dar importancia a la capacidad estructuradora de los espacios públicos y verdes. Se inicia en este punto un período de revisión del urbanismo y se comienzan a recuperar medioambientalmente los espacios más degradados, como los ríos. La demanda social de más parques y espacios públicos o de la pacificación del tráfico es una fuerza que impulsa un cambio profundo en las ciudades a finales del siglo XX. Es el momento en el que pueblos y ciudades recuperan sus frentes marítimos y fluviales, contienen su crecimiento descontrolado en el territorio, peatonalizan y rehabilitan sus cascos viejos y entienden que los parques y espacios verdes son elementos imprescindibles en cualquier nuevo crecimiento de los espacios urbanos.

El momento actual marca un tercer punto de inflexión en la toma de conciencia del papel clave de los entornos urbanos en la calidad medioambiental. La comprensión por parte de la sociedad de los riesgos derivados de la crisis climática impone cambios que van mucho más allá de la transformación física: se necesita una transformación sistémica. No es suficiente con emprender transformaciones del espacio físico y construido, sino que hay que asegurar que de estas se derive un comportamiento más eficiente y racional.

Esta necesidad de transformar el funcionamiento medioambiental de la ciudad debe prevalecer sobre los criterios estrictamente de diseño, y pasa por introducir nuevos instrumentos analíticos y estrategias de intervención que difieran sustancialmente de los que se han seguido hasta el momento. Para autores como Salvador Rueda, esta nueva manera de intervenir en la ciudad, este nuevo modelo, deberá nacer de la fusión definitiva de las dos disciplinas enunciadas anteriormente: el urbanismo y la ecología. La aplicación de un nuevo instrumental analítico de parámetros medioambientales previo al diseño urbano puede generar una nueva «ciencia de la ciudad» asentada en criterios objetivos, lo que algunos autores han denominado como «urbanismo ecosistémico».

Espacio urbano de Barcelona en una vista desde Montjuïc.

Los insectos polinizadores, como las abejas, están desapareciendo, y en el futuro, las ciudades incorporarán espacios y edificios diseñados para preservar la biodiversidad, Pollinator Park de la Comisión Europea, Vincent Callebaut, 2021. Imagen © Vincent Callebaut Architectures

Alcanzar un modelo urbano válido para el siglo XXI pasa por integrar aspectos muy diversos: avanzar hacia una movilidad 100% sostenible, factor clave en la calidad del aire; comenzar a asumir, dentro de los espacios urbanos, la producción agrícola o energética para reducir la huella territorial; reconocer la conexión y continuidad de los elementos naturales y el paisaje, superponiéndolos a los tejidos urbanos; aumentar la presencia del verde y velar por la correcta distribución de espacios abiertos con solución de continuidad y lógica infraestructural, asumiendo las escalas funcionales del verde y la biodiversidad; integrar las nuevas tecnologías, tanto en el análisis como en las respuestas; cambiar la manera de construir y reducir el consumo energético de los edificios.

Igual como sucedía en la ciudad preindustrial, la naturaleza vuelve a ser protagonista de la ciudad y, al igual que entonces, adquiere un papel utilitario y sistémico que se une a la percepción de que su presencia embellece la ciudad. Pero algo aún más esencial ha cambiado respecto a nuestra percepción hacia ella: en un mundo cada vez más urbanizado y tecnológico, somos cada vez más conscientes de nuestra conexión innata y profunda con la naturaleza y los otros seres vivos. Este concepto se conoce como «biofilia», un término acuñado por el biólogo Edward O. Wilson en la década de 1980. Pensar la ciudad desde la biofilia significa entenderla como una comunidad transespecie, donde arquitectos y diseñadores ya no solo pensamos en los seres humanos en su diseño, sino que hemos pasado a tener millones de nuevos clientes potenciales, en muchos casos, tanto o más exigentes que los humanos: los seres vivos vegetales, insectos, animales que comparten el día a día de nuestra vida y el espacio de nuestras ciudades.

Imagen principal: Grabado de una vista de Barcelona desde Montjuïc publicado en 1572 en el libro «Civitates Orbis Terrarum». La obra original, de 1535, es de Jan Cornelisz Vermeyen, pintor y diseñador de tapices neerlandés que trabajó al servicio del emperador Carlos V. Imagen cortesía AHCB