Agricultura urbana

Cómo los huertos comunitarios pueden transformar nuestras formas de producir y consumir

«Existe un común denominador entre la agricultura ecológica y quienes la practican como un medio de vida: lo descartado. Como el resto de poda –que muchos tiran a la basura, pero otros usan de fertilizante– el sistema económico también desecha a personas que hoy construyen desde el anonimato un mejor planeta».

La frase pertenece a Antonio Lattuca, uno de los ideólogos del programa Agricultura Urbana de la Municipalidad de Rosario que a mitad de año ganó el certamen del Centro Ross de World Resources Institute para Ciudades Sostenibles edición 2020-2021. La tercera ciudad más populosa de Argentina superó las iniciativas de más de 200 distritos en 54 países ¿Cómo? Gracias a su modelo urbano de parques y jardines huerta que producen frutas y verduras para las ferias de comercio justo.

Desde hace 20 años Agricultura Urbana intervino vacíos de la ciudad: los accesos viales, los bordes de los arroyos o las tierras fiscales sin uso productivo o recreativo que podían representar peligros ambientales, por ejemplo, como potenciales basurales. Allí hoy funcionan siete parques huerta y seis cultivos grupales, algunos como parte de la vida de hospitales, cárceles y complejos dedicados a la primera infancia. El programa rosarino fue y sigue siendo una forma de dar trabajo y comida a muchas personas. Además, recuperó suelos degradados y generó más lugares de encuentro y biodiversidad. Igual de importante: dotó a Rosario de una mayor capacidad hídrica para prevenir inundaciones como la que en 2007 forzó a reubicar temporalmente a cientos de familias.

La distribución de los parques y jardines huerta siguió la política de descentralización de la administración pública para sostener un gobierno de cercanía y valorizar la impronta de cada barrio. En la actualidad, 75 de las 178 hectáreas de la ciudad involucran algún resorte del programa de Agricultura Urbana o forman parte del Cinturón Verde, un encadenado de 17 establecimientos ubicados en los alrededores donde se producen 2.500 toneladas de hortalizas agroecológicas al año.

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LAS HUERTAS TRANSFORMARON ÁREAS IMPRODUCTIVAS Y CON POTENCIAL DE PELIGRO PARA EL AMBIENTE EN UNIDADES DE TRABAJO Y MEJORA DEL HÁBITAT. FOTO © SILVIO MORICONI

El subsecretario de Economía Social del municipio, Pablo Nasi Murúa explica: «Este programa es como un músculo de la ciudad que se ejercita aún más cada vez que hay una emergencia. Nació en una crisis, se expandió en otra y, mientras cursamos la pandemia por COVID-19, volvió a estimularse». Durante el 2020 las políticas sanitarias de aislamiento movieron la economía formal e informal y muchas familias tuvieron que encontrar otras formas de vivir.

El principio

El programa de Agricultura Urbana nació en 1987. Todavía no tenía ese nombre. Era una huerta comunitaria de la Villa del Mangrullo, un espacio lejos del epicentro rosarino y la presencia del Estado. La Municipalidad accedió a ponerlo en marcha alentado por las experiencias del Centro de Estudios de Producciones Agroecológicas (CEPAR) y el Prohuerta, una política pública del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) que aún busca la seguridad y soberanía alimentaria en Argentina. Sin embargo, faltarían años para la instalación de los parques y jardines huerta.

El modelo tomó fuerza entre 2001 y 2002, cuando el país lamentó su récord histórico de desocupación y pobreza. El Gran Rosario, que incluye las ciudades vecinas, fue uno de los distritos con los niveles más altos. Como postal de la emergencia alimentaria y la fragmentación social durante ese verano más de 400 personas faenaron a 22 vacas que habían quedado sueltas luego de que un camión jaula chocara en la autopista que une Rosario y Buenos Aires.

Además de la crisis, otro fenómeno empujó la necesidad de los parques y jardines huerta: la soja. A mitad de la década de 1990 el gobierno había permitido el cultivo del poroto que le ganó al tradicional modelo de rotación del trigo y el maíz. En su avance obligó a buena parte de los 300 establecimiento o quintas frutihortícolas de los alrededores (y que nutrían a los mercados de Rosario) a ceder sus tierras, tradición y trabajo al monocultivo. Según un estudio de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), para 2011 quedaban menos de 100. En paralelo, esas tierras también fueron elegidas por las desarrolladoras inmobiliarias para construir barrios abiertos, semiabiertos y cerrados. En muchos casos eran y son financiadas mediante fideicomisos o dividendos de las empresas agroexportadoras de soja.

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QUIENES PRODUCEN LOS ALIMENTOS AGROECOLÓGICOS REPLICAN LA TRADICIÓN CAMPESINA Y LE SUMAN CONOCIMIENTOS DE LA ACADEMIA. FOTO © SILVIO MORICONI

Los parques y jardines huerta de Rosario intentaron recuperar la tradición de las quintas que sobrevivieron y le sumaron técnicas de la agroecología. Fue la unión entre el territorio, la academia y el saber popular que estaba en las casas por las migraciones campesinas que repoblaron Rosario en la década de 1970. En las décadas siguientes ganarían más con el conocimiento de quienes llegaron desde Bolivia y Paraguay.

El futuro

Hoy cientos de personas en Rosario producen alimentos saludables que comercializan de forma directa en las 1.550 ferias de Economía Social por año que se instalan en paseos y plazas públicas bajo la premisa de comercio justo. Sus precios son más bajos y su calidad más alta. En parte son responsables de que mes a mes las autoridades asesoren a otros municipios en cómo aplicar el modelo.

Este año la ciudad sumará dos nuevos parques huerta y está proyectado otro más para 2022. Sin dormir en los laureles, ya se evalúa crear una semilla agroecológica propia, la semilla Rosario, que ayude a más productores a cultivar alimentos sin tóxicos y más accesibles. Será como desde el principio: del descarte a la mejora del planeta.

IMAGEN PRINCIPAL: Las ferias de comercio justo se repiten cada semana en distintos puntos de Rosario, brindando alimentos más sanos y accesibles que en los circuitos industriales. Foto © Silvio Moriconi