Vivir en una jaula de Faraday

Un momento de tranquilidad en la era de la hiperconectividad

Este ha sido un año de retiro. La manera en la que nuestra sociedad utiliza y organiza el espacio ha sufrido una enorme transformación. En muchos lugares del mundo, la población ha estado confinada en sus hogares. En la ciudad donde resido, Melbourne, tuvimos que soportar un extenuante confinamiento de 112 días, que convirtió nuestra ciudad centralizada y en continuo crecimiento en una urbe formada por diferentes pueblos locales. Los toques de queda estrictos y las limitaciones a los viajes se convirtieron en nuestro nuevo día a día mientras nuestro otrora vibrante centro de la ciudad se transformaba en una ciudad fantasma. Todo esto ha tenido un impacto emocional sobre la gente, no solo aquí, sino en todo el mundo, a medida que los países se esforzaban por gestionar el impacto de la pandemia. Para aquellas personas que viven solas o en pequeños pisos, el confinamiento resultó particularmente difícil. El aislamiento y el encierro se convirtieron en la nueva normalidad.

Imaginemos que esta pandemia se hubiera producido hace 20 o 30 años. En la época en la que nos decidíamos por una película tras recorrer los pasillos de nuestro videoclub más cercano. Habríamos estado encerrados en casa, viendo repetición tras repetición de «El precio justo», con una conexión a Internet de acceso telefónico y una velocidad de 56K con la que habríamos disfrutado de una experiencia de navegación rudimentaria. Hoy en día no solemos valorar que poseemos un dispositivo en nuestro bolsillo con el que tenemos acceso inmediato a cualquier tipo de información creada en la historia de la humanidad.

Nuestro nuevo estilo de vida basado en el «teletrabajo» nos ha resultado mucho más fácil gracias a dos sencillos factores: los acelerados avances tecnológicos que han tenido lugar en las dos últimas décadas y el aumento exponencial de la velocidad de Internet. La era de la nube informática y de Zoom ha simplificado enormemente el repentino cambio que ha supuesto trabajar desde casa para un gran número de trabajadores y seguramente habrá permitido que muchos de ellos hayan mantenido sus empleos. También ha diversificado los canales de comunicación, con algunas consecuencias imposibles de prever.

En las décadas de los 80 y 90, la mayoría de las personas utilizaba el teléfono para comunicarse de forma instantánea con otras personas. No era posible saber quién te estaba llamando; nos limitábamos a coger el teléfono. Si no tenías ganas de hablar, dejabas que saltara el contestador. Si querías enviar algún tipo de comunicación por escrito, lo hacías por vía postal y si necesitabas una comunicación más ágil, utilizabas el fax. Muy pocas personas tenían un fax en casa y nadie esperaba recibir una respuesta instantánea, ya que simplemente no era posible. En público, en una cena o en un bar, hablabas con la gente. Era fácil vivir el momento.

Luego llegaron el correo electrónico, la mensajería instantánea, los SMS, las redes sociales, y lo que se ha convertido en una explosión de aplicaciones para todo, desde las citas a la gestión de proyectos, pasando por la salud y el bienestar personal. Todo ello se ha hecho infinitamente portátil y omnipresente gracias a la invención del iPhone. Hoy en día existen literalmente miles de canales de comunicación que conectan a las personas en todo el mundo. No importa lo que te interese, con seguridad existe un canal para ello. Esto debería ser liberador, pero las cosas nunca son como parecen.

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EXTERIOR DE LA TIENDA SARAH & SEBASTIAN EN MELBOURNE, OBRA DE RUSSELL & GEORGE. FOTO SEAN FENNESSEY

Esta contracción de las vías de comunicación y la falta de contacto humano en todas estas interacciones conduce a puntos de vista aislados, a sesgos de confirmación y a una falta de empatía y tolerancia hacia aquellos con opiniones diversas. Lo que se suponía que iba a unirnos, ha logrado justo lo contrario y en última instancia conduce a la amplificación de la ignorancia y a la aparición de los troles. Y lo que es más alarmante, el trabajo en profundidad y la concentración apenas se consiguen, al existir tantas otras cosas que compiten por nuestro tiempo y exigen respuestas inmediatas.

Esta revolución tecnológica también influye en los espacios que ocupamos y cómo son diseñados. En la era de Internet, el diseño de los lugares de trabajo y los espacios comerciales ha sufrido importantes cambios, pasando a ser en ocasiones un modelo de hospitalidad para atraer a los consumidores. El comercio minorista cortado por el mismo patrón ya no funciona en la era de las compras por Internet; y nadie quiere trabajar en un mar de cubículos si es posible trabajar desde la comodidad de nuestra propia casa.

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INTERIOR DE LA CÁMARA DE MAXWELL EN LA AGENCIA ESPACIAL EUROPEA, UNA JAULA DE FARADAY DE 30 METROS DE ALTURA. FOTO ESA/G. SCHOONEWILLE

No obstante, yo diría que los efectos más significativos de esta transformación han tenido lugar en nuestros espacios vitales. Nuestros hogares están invadidos por una amplia gama de tentáculos digitales, que se extienden hasta los rincones más privados. Aunque pasamos más tiempo en casa, también pasamos la mayor parte de este tiempo mirando a una pequeña pantalla y tanto si se trata de trabajo o de relaciones sociales, esas pantallas siempre están presentes y operativas.

De hecho, las plataformas de videoconferencia han agravado este estrés. Cuando hablas con alguien en persona, se miden inconscientemente sus microexpresiones y reacciones, algo que requiere un gran esfuerzo adicional en la pantalla. Quizás sea por la posición de la cámara, que desincentiva el contacto visual. Las presentaciones de diseño se complican enormemente en estos entornos, ya que siempre obtienes más información de aquello que la persona no dice: es la reacción de su cuerpo y su expresión facial lo que debes interpretar de forma subliminal.

El antídoto a todo esto es precisamente lo contrario a la tendencia de disponer de un mayor número de pantallas y de mayor conectividad. Deberíamos centrarnos en los elementos básicos del diseño de interiores: luz, espacio, proporción y calor. Una jaula de Faraday de relajación en la cual nuestra mente encuentre espacio para divagar o para relacionarse directamente con otros. Las necesidades humanas no han cambiado en los últimos 50 años y quizás nuestros hogares debieran ser diseñados teniendo en mente esas necesidades, en lugar del sempiterno uso de cosas nuevas y de la tecnología. Nuestra prioridad real debería ser el bienestar y no la fatiga suprarrenal.

IMAGEN PRINCIPAL: Interior de la tienda Sarah & Sebastian en Melbourne, obra de Russell & George, «Incluso en las profundidades del océano más oscuro, la luz siempre logra abrirse paso». Una cita de Naoshi Arakawa como inspiración para el diseño. Foto Sean Fennessey