Sitopia

Reconstruyendo nuestras vidas tras la COVID a través de la comida

¿Cómo será la vida tras la pandemia global de la COVID? Una cosa está clara: cualquiera que sea la respuesta a esa pregunta, no volveremos al statu quo. Habiendo sido la mayor perturbación social desde la Segunda Guerra Mundial, el virus ha planteado interrogantes fundamentales sobre nuestra forma de vida, la mayoría de los cuales ya eran urgentes antes de la aparición del virus y han cobrado en la actualidad más protagonismo si cabe.

El más importante entre ellos es la cuestión de nuestra relación con la naturaleza. Tal como sugieren los orígenes del virus en un mercado de animales vivos en China, esta relación está peligrosamente desequilibrada. La producción industrial de alimentos ha debilitado la biodiversidad de forma crítica, mientras nuestra inexorable invasión de la naturaleza nos ha expuesto a nuevas enfermedades. Los expertos llevan tiempo advirtiendo de estos peligros y, aun así, para muchos en el mundo occidental la amenaza solo se volvió real cuando los lineales de los supermercados se fueron quedando vacíos al inicio del confinamiento. En ese momento, la ilusión de la abundancia sin esfuerzo se hizo añicos y con esto, llegó una nueva conciencia de la fragilidad de nuestro sistema alimentario y, en consecuencia, de nuestro lugar en el planeta.

Una ironía de la pandemia global es que ha conseguido lo que no han logrado años de gestos políticos: obligarnos a cuestionarnos profundamente nuestra forma de vida. Esta crisis, como tantas otras, nos ha enseñado numerosas cosas: el poder supremo de la naturaleza y nuestra completa dependencia de ella, nuestra conectividad local y global, la importancia del buen liderazgo, la cooperación y la verdad y el auténtico valor de los «trabajadores clave» (la pista ha estado siempre en su propio nombre) que sostienen nuestras vidas.

La pandemia global nos recuerda que vivimos en un mundo en el que los alimentos definen nuestra forma de vida.

Cultivo de alimentos en ciudades, Brooklyn Grange Rooftop Farm, Nueva York. Imagen © Ben Flanner

Pero quizás tenga más importancia el hecho de que nos haya brindado la ocasión para preguntarnos lo que verdaderamente importa en la vida y lo que en verdad nos hace felices. Tal como comprobaron los estoicos hace siglos, nada muestra con mayor claridad lo que más nos importa que la amenaza inminente de su pérdida. Lo más valioso que podríamos extraer de esta pandemia es que deberíamos aprender estas lecciones y reconstruir nuestras vidas alrededor de ellas.

Como sostengo en mi reciente libro Sitopia: Cómo los alimentos pueden salvar al mundo, no existe mejor forma de hacer esto que a través de la comida. Como nos ha recordado la COVID de forma clara, vivimos en un mundo definido por los alimentos: nuestros cuerpos, costumbres, hogares, ciudades, paisajes, economías y políticas están influenciados por la comida. Vivimos en sitopia, (lugar de comida, del griego sitos, que significa comida y topos, lugar), pero este lugar se fundamenta en la complacencia. Hemos basado nuestras vidas sobre la premisa de la comida barata; pero si nos paramos a pensar que la comida está formada de cosas vivas que nutrimos y matamos para poder vivir, rápidamente queda claro que esto equivale a valores baratos. Resumiendo, degradar la comida equivale a degradar la vida. El cambio climático, la extinción masiva, la deforestación, el agotamiento del suelo, la polución, las pandemias zoonóticas y las enfermedades relacionadas con la alimentación (estas últimas representan la mayoría de las «condiciones de salud subyacentes» que nos hacen tan vulnerables a la COVID) son solo algunas de las externalidades que dependen de la forma en que nos alimentamos. Si queremos reconstruir nuestras vidas de la mejor manera posible, deberemos tener una relación muy diferente con los alimentos.

En este caso, una vez más, la pandemia global nos está mostrando el camino. El cierre de bares, restaurantes y negocios de comida a domicilio durante la pandemia ha llevado a un insólito renacimiento de la comida en el Reino Unido, en el que numerosas personas han descubierto el placer de dedicar tiempo a la alimentación, cociendo pan y plantando sus propias verduras y frutas, cocinando más a menudo con sus familias y compartiendo comida con los vecinos. En el mundo de la cocina profesional, los chefs han cocinado para los colegios y las organizaciones benéficas y los productores locales han creado nuevas cadenas de suministro vendiendo directamente a los clientes.

La agricultura urbana puede ser una de las maneras en las que la pandemia global transforme nuestro entorno.

MVRDV, Masterplan para Almere Oosterwald, proyecto que promueve un diseño y construcción libres con al menos un 59% del terreno reservado para agricultura urbana. Imagen MVRDV Architects

Si bien este renacimiento alimenticio no ha sido ni mucho menos universal –muchos han tenido serios problemas económicos y el uso de los bancos de alimentos ha aumentado considerablemente– ha quedado claro que, si se les diera la oportunidad, muchas personas adoptarían un estilo de vida muy diferente, con una base mucho más local, dedicando más tiempo a estar en casa y menos a desplazarse al trabajo. En una encuesta realizada por la Food, Farming and Countryside Commission (Comisión de Alimentos, Agricultura y Campo), el 42% de los encuestados declaró que valoraba más la comida desde el confinamiento y solo el 9% opinó que deseaba volver al tipo de vida que tenía antes del mismo. Los agentes inmobiliarios, por su parte, han informado de un aumento del interés por las propiedades situadas en el campo.

Pase lo que pase en el futuro, este cambio cultural nos brinda una oportunidad generacional para reequilibrar nuestras vidas. Con la visión política correcta, podemos aprovechar este momento para repensar nuestra relación con la naturaleza y recalibrar la relación urbana/rural en su núcleo. En lugar de correr como hámsteres en la rueda consumista de la fatalidad, podemos crear un nuevo paisaje para el florecimiento humano y no humano, basado en la agricultura regenerativa, en los sistemas alimentarios más regionales y estacionales, en los lazos más estrechos entre el campo y la ciudad y en edificios adaptables en los que vivir, trabajar, crecer y jugar. El resurgimiento social siempre ha girado en torno a la comida; el problema compartido de cómo comer fue lo que nos llevó a evolucionar como especie. Solo en tiempos de escasez somos capaces de recordar el verdadero significado de la comida. Siendo a la vez materia de vida y su metáfora más fácil de entender, los alimentos son la herramienta más poderosa para remodelar un mundo que nunca supimos que teníamos.

Imagen principal: Los sistemas alimentarios industriales que debilitan la biodiversidad. Imagen © Reinhold Möller /CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)