El cambio de la sociedad del consumo y la inmediatez

El valor de lo clásico

Perder tiempo

Vivimos en la cultura del cambio y de la inmediatez. Hemos perdido la paciencia, ya no sabemos esperar. Damos por hecho que todo es para ya mismo. Requerimos la respuesta inmediatamente. Descartamos lo que tarda. No valoramos la importancia de la espera. Tenemos demasiadas posibilidades a nuestro alcance. Nada nos sorprende, porque no damos valor a casi nada. Estamos cansados de todo.

El tiempo y su avance inquebrantable, es lo único que nos une a todos los seres humanos, lo que nos hace iguales. Da igual donde estemos o como vivamos, el nivel cultural o económico que tengamos, el tiempo no perdona a nadie.

Recordamos cuando viajar era un proyecto. Un esfuerzo por ir a visitar algo que querías, que te interesaba. Entonces te armabas de paciencia y dedicabas días, incluso semanas, a preparar el viaje, a tener todo organizado, porque una vez en ruta, iba a resultarte complicado acceder a la información necesaria. En ese caso, el objetivo conllevaba un esfuerzo en todos los aspectos, dedicando tiempo y recursos como consecuencia del interés o el valor que te aportaba el viaje.

La revolución tecnológica

Ahora, sin embargo, las facilidades que tenemos, nos permiten viajar sin esfuerzo alguno, simplemente para hacer el «check» en función de donde lo hagan las compañías de bajo coste, del destino que se ha viralizado en fotos o de dónde han estado los «influencers» a los que seguimos. En definitiva, viajamos de forma superficial, por rutina o por mostrarlo a nuestro entorno pero sobre todo, porque nos cuesta poco.

De esta manera, ese ritual indispensable que supone «tomarte tu tiempo» para hacer algo, se ha perdido en gran medida debido a los avances de los que disponemos y de los cambios que han generado en la sociedad.

Las nuevas tecnologías, y especialmente las relacionadas con el ámbito de la comunicación, han transformado la sociedad de manera fulgurante, que ha asumido la rapidez e inmediatez, como rutina necesaria adquiriendo, en consecuencia, la capacidad social de adaptación inminente ante cualquier acontecimiento.

x
«LA IMPORTANCIA DEL EQUILIBRIO», BANQUÍN, MADRID, 2020, MARTA URTASUN, PEDRO RICA/MECANISMO. FOTO © ASIER RÚA

Esta situación que nos define en la actualidad y que podría suponer un beneficio por la elevada cantidad de recursos de los que disponemos, realmente implica la reducción del tiempo necesario que dedicamos a cualquier realidad con la que interactuamos. Necesitamos asumir una gran cantidad de información, en un tiempo muy limitado, y la consecuencia es la superficialidad con la que lo abordamos.

El valor real de las cosas

Algo que sucede en general, y por consiguiente también se produce en el ámbito de la arquitectura y del diseño, es que estamos expuestos de manera constante a información que nos muestra lo que está ocurriendo por todo el mundo en ese momento.

Pero, todo lo que se publica y nos llega, ¿tiene algún valor o interés realmente? Seguramente no.

Nos llegan reiteradamente las mismas imágenes en los diferentes canales de comunicación que utilizamos, y que percibimos llevados por la inercia del mínimo esfuerzo. Consumimos información de manera desinteresada, casi forzada, fomentando así, la carencia de valor de las cosas.

Esta forma de vida y mentalidad social que tiene su origen en la revolución tecnológica de la comunicación, se ha extendido a la vida tangible, a los hechos reales, a los elementos y «gadgets» que empleamos en nuestro día a día, a los espacios en los que vivimos…

Todo ha pasado a tener la validez acotada que le permite la acelerada inercia de la realidad digital. Algo capta nuestra atención, cada vez durante un tiempo más reducido, quedando fuera de nuestro interés rápidamente.

La validez de lo clásico

Hace algún tiempo participamos en una mesa redonda en la que se sentaban a nuestro alrededor diferentes cocineros, empresarios del mundo de la hostelería y los diseñadores y arquitectos que habían diseñado sus espacios. En general, adoptaron una postura conjunta defendiendo la integración de sus proyectos en las tendencias más populares del momento y como, gracias a formar parte de estas modas, sus espacios se habían convertido en referentes sociales.

En esta situación, nosotros adoptamos exactamente la postura contraria, exponiendo como todos estos locales rebosantes de las últimas novedades, tienen cercana su fecha de caducidad y ningún sentido, fuera de ese momento para el que fueron concebidos. De acuerdo con el argumento que expusimos en ese debate, ponemos en duda la utilidad y sostenibilidad de este tipo de diseño que da respuesta únicamente a un criterio de rentabilidad económica temporal.

x
«EL DISEÑO, HERRAMIENTA SOSTENIBLE», MARTÍN BERASATEGUI, LASARTE-ORIA, 2019, MARTA URTASUN, PEDRO RICA/MECANISMO. FOTO © IMAGEN SUBLIMINAL

Defendemos la existencia de espacios ligados a diferentes actividades y tipologías que, sin embargo, han sido diseñados en diferentes momentos de la historia, en los que ha prevalecido el objetivo de crear un espacio de calidad, atemporal y adaptable, y que ante cualquier situación futura completamente diferente a la del momento en que se diseñaron, siguen vigentes y en uso.

Esta es la respuesta coherente que se debe de adoptar ante la realidad que vivimos, la de recuperar el valor real de las cosas, apostar por la calidad y dedicar el tiempo y los recursos necesarios para lograrlo.

No debemos emplear diseño condicionado por las tendencias que nos rodean temporalmente, si no, pararnos, pensar y dar respuesta a las necesidades implícitas a la naturaleza humana con soluciones que se puedan adaptar en el tiempo a diferentes situaciones y requerimientos que la sociedad pueda demandar.

De esta manera el diseño se convierte en una herramienta sostenible, en un freno al consumismo desenfrenado inducido por la realidad tecnológica actual, capaz de crear espacios de calidad que perdurarán y no tendrán que renovarse por completo sino adaptarse a las nuevas necesidades que vayan surgiendo. No querremos deshacernos de este diseño porque nos transmitirán la calidad del proceso con la que han sido diseñados y el valor que ello conlleva en el resultado espacial.

El diseño con valor es atemporal, es clásico, siendo lo clásico aquello que, a lo largo del tiempo, no se ha podido mejorar y que continúa siendo válido. Perdamos el tiempo en el diseño clásico.

Imagen principal: «El tiempo se detiene», Hotel Akelarre, San Sebastián, 2017, Marta Urtasun, Pedro Rica/Mecanismo. Foto © Imagen Subliminal